Aunque paulatinamente fue adquiriendo sus destrezas, este robot mágico siempre ha sido una sorpresa: No caminó hasta estar seguro de hacerlo, unos días antes del año. No habló hasta aprender casi todo el lenguaje humano (y no ha parado de hablar hasta hoy en día, es que hasta dormido), más o menos al mismo tiempo que caminó. Ha sido siempre el ángel que Dios nos envió para mostrarnos que hay que ser agradecidos con todo lo que sea su santa voluntad y no ha dejado de sorprendernos. De sus circuitos emana amor, de su auricular mucho cariño y ternura, tiene un procesador muy avanzado para su edad y no necesita conexión alguna para actualizarse. Va creciendo y desarrollándose como todo niño para que no sepan su verdadera identidad, pero sus análisis y su capacidad lo sobrepasa cuando se aprende y repite los diálogos de programas de televisión o las tareas, actividades o proyectos escolares; cuando se aprende las canciones e intenta tocarlas, a veces con extrañas coincidencias y aciertos.
  No sólo es la experiencia al conocerlo, es lo que pasa luego lo que hace que este niño- robot- personaje celiaquito hace para que se te quede en el corazón.